Esa es mi edad al día de hoy. No los cumplí ayer ni los cumplí hace un mes, no importa. Lo que importa es que antes de llegar a las tres décadas, tenía la firme idea de escribirlo en el blog, no con el afán de que me felicitaran, sino con el afán de hacerle ver al mundo y de que me quedara un recuerdo de que llegar a esa edad me estaba resultando en algo irremediablemente caótico. Aclaro, no todo lo caótico tiene que ser malo. Se veían venir una serie de cambios a nivel personal que repercutirían en lo profesional; otros cambios ya se habían concretado y yo veía como se iba formando a una persona con mucho más criterio y más juicio, quizá más vieja, pero con las ventajas de haber vivido cada día como uno de aprendizaje.
Hoy que retomo la idea del post del trigésimo aniversario, lo hago de una forma mucho más crítica y hasta cierto punto, con preocupación porque los chistes de mis alumnos cada vez me parecen menos graciosos, porque odio la música a todo volumen en lugares inapropiados, porque no entiendo cómo es que se les ocurre venir en chanclas, short y camisetas a clases, porque me disgusta ver como pierden tiempo en el facebook abriendo galletas de la suerte o alimentando mascotas inexistentes (cuando seguramente en su casa nunca han tenido un perro), porque no entiendo el fanatismo desmedido por los equipos de futbol (cuando ni siquiera salen a caminar al parque para hacer un poco de deporte), la lista seguría aumentando, pero creo que es importante decir por qué me parece preocupante.
Cada semestre estoy en contacto con generaciones más jóvenes que yo, la brecha (generacional) se magnifica y yo tengo menos elementos en común con los chicos, lo cual me aleja por mucho de su forma de pensar (si es que lo hacen) y de abstraer conceptos a su manera. Mi lenguaje muta en el de una persona adulta, cosa que no estaría mal si los adultos jóvenes que recibimos tuvieran la misma capacidad de disertar, argüir y pensar como los adultos jóvenes que son.
En pocas palabras, me estoy haciendo vieja. Procuraré no convertirme en una maestra amargada más, pero no lo prometo, las generaciones nuevas están afectadas por muchos factores que les impiden madurar a tiempo y yo no estoy dispuesta a contribuir en eso.
Hoy que retomo la idea del post del trigésimo aniversario, lo hago de una forma mucho más crítica y hasta cierto punto, con preocupación porque los chistes de mis alumnos cada vez me parecen menos graciosos, porque odio la música a todo volumen en lugares inapropiados, porque no entiendo cómo es que se les ocurre venir en chanclas, short y camisetas a clases, porque me disgusta ver como pierden tiempo en el facebook abriendo galletas de la suerte o alimentando mascotas inexistentes (cuando seguramente en su casa nunca han tenido un perro), porque no entiendo el fanatismo desmedido por los equipos de futbol (cuando ni siquiera salen a caminar al parque para hacer un poco de deporte), la lista seguría aumentando, pero creo que es importante decir por qué me parece preocupante.
Cada semestre estoy en contacto con generaciones más jóvenes que yo, la brecha (generacional) se magnifica y yo tengo menos elementos en común con los chicos, lo cual me aleja por mucho de su forma de pensar (si es que lo hacen) y de abstraer conceptos a su manera. Mi lenguaje muta en el de una persona adulta, cosa que no estaría mal si los adultos jóvenes que recibimos tuvieran la misma capacidad de disertar, argüir y pensar como los adultos jóvenes que son.
En pocas palabras, me estoy haciendo vieja. Procuraré no convertirme en una maestra amargada más, pero no lo prometo, las generaciones nuevas están afectadas por muchos factores que les impiden madurar a tiempo y yo no estoy dispuesta a contribuir en eso.